martes, 29 de enero de 2008

Una semana en París

Qué decir de París. La belleza de esta ciudad se respira por doquier. Está en el aire frío de finales de enero; en el rosa pálido del crepúsculo de invierno y el recortable de buardillas y chimeneas, de palomas y techos irregulares de zinc, a contraluz; en los jardines de árboles desnudos y, a sus pies, las últimas hojas secas todavía temblorosas; y en el Sena, tan majestuoso, silencioso. Mi paseo inexcusable: las galerías de arte de Saint Germain de Pres, las librerías de Saint Michel, las boutiques exquisitas de Le Marais y, como colofón, un respiro en la plaza de Les Vosgues.

El escenario idóneo para los desfiles de Alta Costura. Esta vez, con dos noticias. Una de ellas, el adiós de Valentino; la otra, el debut de Josep Font. Y como para entrar hay que dejar salir, empezaremos por el modisto italiano, exponente de la feminidad clásica, del glamour de antaño, del corte perfecto, del equilibrio, del detalle exquisito. Se despide del mundo de la moda por todo lo grande: en la alta costura, en el Museo Rodin y junto a sus incondicionales.

París le rindió su justo homenaje. Su alcalde, Bertrand Delanoë, le hizo entrega de la medalla de la ciudad, la máxima distinción que entrega París a sus conciudadanos, y el Museo de las Artes Decorativas del Louvre le anunció también la celebración en junio de una gran exposición retrospectiva dedicada a sus 45 años de trayectoria. Valentino no pudo sino reconocer la importancia de París en su carrera y en su vida, al ser la ciudad en la que se formó y en la que empezó a trabajar (hizo sus pinitos en las casas de Jean Dessès y Guy Laroche) y, aunque más tarde, abriese su atelier en Roma, siempre escogió la capital francesa para sus desfiles de alta costura y de pret-a-porter.

En su desfile de despedida puso el acento en todo lo que es y ha sido en la moda. Fue un dispendio de elegancia, de belleza clásica, de sofisticación serena, de seducir sin histrionismos. Siempre fiel a su toque chic y cierto guiño al exceso romano. Con el rojo bajó el telón. El mismo rojo que él mismo siempre explica que descubrió en un palco del Liceo de Barcelona y que le hizo ver que una mujer vestida de rojo siempre está maravillosa y que, entre la multitud, es la imagen de la auténtica heroína.

El día siguiente, fue el turno de Josep Font, el único representante español en años de este selecto club para el que se precisa invitación directa de la Federación Francesa de la Costura, un organismo que vela por la conservación y promoción del buen nombre de esta actividad que, aunque son muchos los que dicen que la practican, sólo unos cuantos en realidad la ejercen. Antes de él, otros españoles que subieron a esta pasarela fueron Cristóbal Balenciaga, Manuel Pertegaz, Paco Rabanne y Antonio del Castillo.

La carta de presentación del modisto catalán en el Olimpo de los dioses de la moda fue una cuidada colección de nombre Sobre la Belleza. En ella, Josep Font ha intentado dar lo mejor de sí mismo. Es sin duda, y como él mismo ha confesado, el sueño de su vida y, por tanto, ha volcado en él todo su virtuosismo y todo su ingenio. Es perfeccionista, preciosista, meticuloso y cuidadoso. De sus colecciones sólidas y trabajadas, seduce su estudiada fragilidad y un halo melancólico y fantástico que las envuelve, y que es el que en ocasiones ha dado pie a que las califiquen de cuento de hadas. En ésta no ha decepcionado. Ha puesto toda la carne en el asador, todo su talento, todo su universo. Los colores circenses y los encajes y los bordados de tradición española.

Josep Font no es quizá el representante de la vanguardia del diseño español, pero sí de los pocos con capacidad para hacer un buen papel en la alta costura. Dejó el listón alto y esperemos que sea capaz de superarlo en julio. Sin duda, su permanencia no dependerá tanto de su virtuosismo como del apoyo económico, que en esta ocasión recibe de la Generalitat de Catalunya y de sus planes de promoción internacional de la moda catalana. También deseamos que su desfile no cierre el calendario, como ha sido el caso, porque tras Dior, Chanel, Gaultier, Lacroix o Armani, la prensa inicia su retirada.

Los desfiles de la alta costura continúan siendo explosión de creatividad y de lujo, ya sea exultante y exuberante, o comedida y de trazo minimalista. A pesar de que van ya unos cuantos en abandonar este escaparate, que es una auténtica sangría de dinero, las marcas que quieren deslumbrar al mundo, en todos los sentidos, tienen que permanecer ahí, cueste lo que les cueste. Quizás sus vestidos no salgan jamás a la venta, quizás sólo tengamos la oportunidad de verlos en algún museo o sobre alguna celebridad en la entrega de los Oscar o en el Baile de la Rosa, pero son el último vestigio de la magia, del sueño, del crear por crear, en la moda.

¿Tiene sentido la alta costura? Supongo que el mismo que pagar cientos de miles de euros por un Maserati, por una pluma excepcional de Montegrappa o por la extravagancia exquisita que se os ocurra. Es puro derroche, en materiales excepcionales y en ingenio privilegiado. Para invertir millones de euros en uno de sus vestidos, además de mucho dinero, es necesario entender lo que es la moda y rendirle amor incondicional. Se requiere para ello una sensibilidad fuera de lo común, no sólo para apreciar las mejores sedas y el trabajo de las mejores costureras, sino también el trazo de los grandes diseñadores de hoy.

Ejemplo de ello es la exposición actual del Museo de las Artes Decorativas del Louvre de París dedicada a Christian Lacroix. El modisto, que el año pasado celebró los veinte años de su casa de costura, nos explica sus fuentes de inspiración a través de piezas de sus colecciones de alta costura y una selección de prendas del fondo del museo, con joyas de los siglos XVIII y XIX, pero también con diseños de los grandes couturiers del XX, como Dior, Balenciaga, Jeanne Lanvin, Schiaparelli y demás. Es una oportunidad para conocer a Lacroix y, de paso, ver creaciones espectaculares de los maestros.

El montaje es además espectacular y divulgativo. La selección está muy cuidada, y la presentación es sencilla y clara. Lacroix nos enumera los temas clave de su universo creativo y agrupa en cada uno de ellos vestidos que lo representan, un par de los suyos y una quincena de los demás. Es una aproximación a él, pero también toda una master class de historia de la moda. En este sentido, me quedo con una de las frases con las que él explica el tema Historicismo: "Le caractère prospectif/ retrospectif de la mode est sans doute, même s'il est rarement évoqué, une des raisons d'être d´une discipline qui pense faire du neuf chaque saison. J'aime le XVIII siècle vu ou revu par les anées 50, les annés 40 regardées par les années 80, le filtre d'une époque sur l'aultre plus que l'authenticité supposée d'une décennie que l'on ne peut plus vérifier, tout vêtement étant un hybride, un costume de costume". Puro posmodernismo.

Y si os encanta Christian Lacroix, su barroquismo, su paleta vibrante y su apunte goyesco, pero el bolsillo sólo os da para el alquiler, las facturas y tres caprichos, lo encontrareis a precio popular en La Redoute, tanto en el catálogo de ochocientas páginas como en la página web. La de esta primavera-verano es la segunda colección que diseña para ellos. Mi selección es el sombrero y el bolso de paja y el chubasquero verde.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por si os puede ser útil, nuestro diario de viaje de una semana en paris, www.unasemanaenparis.com

que os sea util