martes, 8 de enero de 2008

¿Qué pasa con China?

Estos días China vuelve a los oídos de la industria de la moda con su zumbido de molesto moscón porque desaparecen, parece ser que de manera definitiva, las últimas cuotas a la importación que la Unión Europea mantenía sobre algunos artículos textiles procedentes del gigante asiático. La liberalización de este mercado, prevista para el 1 de enero de 2005, se cumple ahora y, para evitar una nueva avalancha de producto chino, Pekín y Bruselas dicen que se comprometen a vigilar de cerca los intercambios y controlar las licencias a la exportación, una especie de permiso que las empresas deben pedir para vender a otro país.

¿Qué es esto de las cuotas? Son los cupos que cada país estabece para importar ciertos artículos (nada que ver con los aranceles, que son las tasas que se graban al producto importado). En 2005, cuando se eliminaron en todos los artículos textiles entre los países de la Organización Mundial de Comercio, China inundó los mercados europeo y estadounidense. El tsunami de producto barato amenazaba entonces con cargarse lo que quedaba de industria en Europa, incapaz de competir en precio.

La Comisión Europea se vio obligada entonces a restablecer el sistema de cuotas, aunque sólo lo hizo en una docena de productos. Muchos no entendieron esta decisión, sobre todo la gran distribución, que soñaba con unos márgenes inimaginables. La industria europea era consciente desde la década de los 70 de que las cuotas desaparecerían entre los miembros de la OMC, pero lo que nadie intuyó a lo largo de estos 30 años es que China, un país del por entonces bloque comunista, fuese a liderar la producción mundial y que en 2001 se le nombrase socio del club de la OMC con los mismos derechos del resto de los países. En el capítulo de derechos se miró hacia otro lado.

Ya en los 90, muchas marcas empezaron a subcontratar la producción en China o incluso a trasladar allí sus fábricas. Pero fue a raíz de su entrada en la OMC cuando el país empezó a generar una auténtica burbuja productiva en materia textil preparándose para el tan anunciado fin de cuotas. El resultado lo vimos en los primeros meses de 2005. Sólo unos datos: las licencias para la importación de producto textil chino a la Unión Europea aumentaron en apenas mes y medio un 1.421% sólo en pantalones, un 856% sólo en jerséis, un 667% en camisas y un 587% en camisetas.

¿Cómo afecta todo esto a nuestras marcas? Más bien poco. Nuestras marcas, las que han ido a fabricar a China (se entiende), siguen beneficiándose de costes de producción más bajos y de un dólar débil, que les permite invertir el ahorro en imagen, en tiendas o en vete a saber qué. El caso es que les da cintura para adaptarse y ser competitivas. Lo que es positivo.

El problema no va con ellas, sino con todos los distribuidores chinos que a lo largo de estos años se han ido estableciendo en Europa, también en España, y que son, en su mayoría, los que están detrás de todos estos establecimientos de venta al por mayor (algunos también detallistas) que han aparecido como setas en las principales ciudades españolas. Son estos los que el 1 de enero de 2005 solicitaron miles de licencias para importar y que casi rompen el mercado, no sólo por la inyección de volumen, sino también por unos precios de risa. Precios, en su mayoría, por debajo de los costes. Ups! Dumping, esa práctica más que ilegal, aunque en algunos casos, como fue este en su día, a los de aduanas se les pasó por alto.

¿Y será ahora como entonces? En estos tres años ha llovido mucho. Los chinos aprenden muy rápido y son muy conscientes que lo de competir por precio tiene sus límites. China es y continuará siendo durante muchos años la fábrica del mundo, pero no como hasta ahora. Ante la presión internacional y su compromiso como miembro de la OMC, el gobierno chino empieza a incorporar medidas en cuestiones sociales, laborales y medioambientales que acaban repercutiendo en el precio final de los productos. Además, viendo las barbas de la industria vecina pelar... Invierten en innovación, en I+D y en diseño. Las nuevas generaciones estudian en las mejores escuelas de negocio europeas y estadounidenses y éstas mismas escuelas abren sedes en Asia, donde sus aulas están a rebosar.

Su próximo paso es desarrollar sus propias marcas y ya están en ello. De hecho, tienen una, que se llama Ports International, que se sitúa en la gama más alta y que está haciendo la vida imposible en China a Louis Vuitton o Gucci. Queda también por ver cuándo darán el paso internacional, pero hasta el momento, pueden entrenerse un rato en su expansión local. El tiempo dirá si son capaces de conquistar al consumidor occidental. Pero para esto todavía queda... a no ser que Internet, como punto de venta global, lo acelere todo.

Las gamas más bajas que llegan aquí, las que en 2005 tanto preocupaban, las que encontramos en estos establecimientos chinos de los que antes hablábamos, terminan en mercadillos. Es su salida más digna. No les auguro un futuro mejor en un momento en el que las tiendas, al menos las de las capitales, precisan de marcas, productos de calidad y de gamas media-alta y alta, artículos, en definitiva, que les den margen suficiente para sobrevivir y poder competir con las cadenas.

Recuerdo unas declaraciones del propietario de Inditex (casa madre de Zara), Amancio Ortega, en el periódico Expansión, en las que decía que la gente no compra por el precio, sino porque es bonito. Es cierto. A pesar de que todos miramos el bolsillo, y cada vez más, a la hora de comprar ropa, sólo compramos si nos gusta. Puede valer un euro, incluso ser gratis, que si no nos gusta, lo dejamos. En cambio, si nos emociona, si nos encanta, ¿hasta cuánto estamos dispuestos a pagar de más?

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