miércoles, 23 de enero de 2008

Hong Kong, fashion business


He tenido la ocasión de dejarme caer entre los rascacielos de Hong Kong. Me ha costado el Bread & Butter, pero creo que ha valido la pena. Me he perdido por los pasos elevados y las callejuelas de esta ciudad que me abruma, me seduce, me enloquece, me encanta y me apasiona. Sus olores a tripa hervida y fritanga me marean cada vez que intento atravesar los puestecillos improvisados que hacen intransitables las estrechísimas calles, auténticos puertos de montaña, entre las inmensas torres de oficinas de Wan Chai o Kowloon.

Todo un mundo que convive con el lujo más exquisito de castillos de cristal en Central, que guardan en sus bajos inmensos centros comerciales laberínticos, en los que los setos que delimitan el camino son espléndidas boutiques de Dior o Chanel. El contraste todavía es más fuerte en Causway Bay, donde se erige un mega centro comercial en Times Square rodeado de un desorden de bloques de viviendas y oficinas. O en Tsim Sha Tsui, donde acaban de inaugurar otro gran centro comercial de lujo, en el que no falta ni el más pintao, al pie de Nathan Road, la avenida paraíso de las imitaciones de bolsos y relojes.

Todos estos barrios que podrían estructurar una metrópolis como Nueva York no abarcan más superficie que Barcelona. Y es que su riqueza no se percibe por su expansión a lo ancho, sino a lo alto. Un microcosmos de neón, en el que no eres nadie si no te anuncias con grandísimas letras chinas luminosas en lo alto de uno de sus gigantes de cristal. Las vistas son realmente espectaculares desde la bahía de Tsim Sha Tsui, en la orilla de la China continental, donde se contempla el skyline de la isla. Y todavía conmueven más sobre el Peak Mountain, en cuya cima quedan los rascacielos a nuestros pies.

En esta ciudad, que dejó de ser colonia británica en 1997 y desde entonces convive en un régimen de laissez faire laissez passer con el gobierno chino, la moda es casi tan importante como el respirar y el negocio de la moda, como no, es su segunda actividad económica. En todos estos barrios que he recorrido hay tiendas y más tiendas de las primeras marcas de lujo. Un ejemplo de la magnitud: en España no tenemos ninguna tienda Prada y, en Hong Kong, así a voz de pronto, recuerdo tres. ¡Y vaya tres! Todas ellas además rodeadas de todas aquellas otras hermanas suyas que seáis capaces de nombrar. Por supuesto, no falta el sello español, que ponen Loewe, Zara y Mango.

Pero lo que quizás me ha fascinado más en esta ocasión es la irrupción de boutiques de diseñadores y marcas asiáticas. Y lo que es más: algunas de ellas son excelentes. En cuanto a los precios, patidifusa quedé al levantar la etiqueta y comprobar que están a la par que la competencia occidental. Mi primera reacción fue “¡Vaya aires se dan!” Más tarde descubrí calidades buenísimas, acabados perfectos, diseño cuidadísimo, imagen de marca y tiendas estudiadísimas. En resumen, adelantan como Fernando Alonso en la parrilla de salida.

Descubrí que muchas de ellas no salen de la nada, que llevan años produciendo para terceros, para estas marcas europeas y americanas con las que ahora quieren competir de igual a igual. Hong Kong, más que ser un epicentro productivo es una plataforma que muchas marcas han utilizado durante mucho tiempo para gestionar las colecciones, diseñarlas, controlar y supervisar su producción que, por supuesto, se realiza en la China continental, donde los costes sí son competitivos. Hong Kong es una de las regiones del mundo con una renta per cápita más elevada.

Ser una colonia británica durante años, a pesar de la lejanía de la metrópoli, hizo que sus habitantes no quedasen desvinculados de Occidente y no viviesen ajenos a sus costumbres. Es un buen punto de partida para que los profesionales de esta isla del sudeste asiático sepan hablar de moda y de tendencias y sean capaces de desarrollar colecciones para un mundo globalizado. Con esto quiero decir que todos aquellos que todavía piensan que en China no son capaces de ésto, se equivocan. Las colecciones de marcas y diseñadores que vi nada tienen de look chinorri ni de arroz cuatro estaciones con rollito de primavera y pollo con almendras.

Una vez al año, se celebra en Hong Kong una feria, World Boutique, en la que se reúnen sus marcas y sus diseñadores emergentes y celebran una pasarela. De ésta, subrayar el concurso de jóvenes creadores del que tenemos mucho que aprender. En una región en la que el dinero es el leitmotiv y que no se andan con chiquitas, la industria textil patrocina a los talentos que desfilan, muchos de los cuales todavía están en las aulas de la Universidad Politécnica de Hong Kong donde cursan sus estudios de diseño de moda. Financiándoles esta pequeña producción para este concurso, la industria toma con ellos un primer contacto que más tarde, de una manera u otra, desarrollará.

Y es que es sorprendente cómo los fabricantes, que hasta ahora sólo se dedicaban a producir para las marcas occidentales o japonesas, están fichando e incorporando en sus filas a chavales recién graduados en diseño y pagan auténticas sumas de dinero a los que llegan de las escuelas europeas. Son conscientes que producir para terceros tiene una continuidad limitada (siempre dependerá de que tu cliente encuentre a alguien que se lo haga igual o mejor y más barato) y que la única manera de competir en el mundo en el que estamos es creando marca, diferenciándose.

Nombres como Anniewho, Moiselle, William Tang, Cecilia Yau, Dorian Ho o Ika son algunos de los que vemos en los principales ejes comerciales de Hong Kong y en cuyos desfiles acuden todo un elenco de celebridades locales y son todo un acontecimiento social.

Ésto no es una amenaza para nuestras débiles marcas que empiezan a asomar la cabecita. De hecho, las de Hong Kong no miran hacia el mercado Europeo o Americano, y si lo hacen, es con cierto recelo y cautela. Su objetivo es alcanzar el mercado local, el chino, en el que pueden entretenerse un rato, y el de los países árabes. Mi propósito al explicar esta historia de Hong Kong es que tenemos que aprender, aunque tarde, de que si la industria no introduce talento, no hay futuro. Si los que han llegado últimos a este negocio lo están logrando, ¿qué nos pasa a nosotros? ¿Es que ya no hay ilusión?

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