jueves, 3 de julio de 2008

Retrospectivas de lo que fue...

El prêt-à-porter está muerto. Plas! Así de contundente, para que se entere el que vive en la parra y vaya tomando conciencia aquel que no se quiera enterar. Ya son muchas las marcas y los diseñadores que trabajan a partir de otras fórmulas (más comerciales, vacuas o conceptuales) para sobrevivir en tiempos de incertidumbre. Pero en aguas revueltas, pesca quien menos se lo espera; en momentos de crisis (o de cambios, según se vea), son tantos los retos como las oportunidades.

Unas cuantas exposiciones confirman que ya podemos ir enterrando el cadáver del prêt-à-porter. Esto no implica que desaparezca de nuestras vidas. La alta costura hace tiempo que la pasean dos veces al año cuál virgen del Rocío, sólo para cuatro devotos con la cartera llena y amantes de las piezas místicas y museísticas. Pero sí implica que estamos en una nueva era de la industrialización de la costura, en la que se puso fin a las dos temporadas, en la que el precio es orientativo-subjetivo y no real, en que prima el imaginario de la marca antes que la calidad o el diseño, en que es más importante tener una buena red de tiendas que un buen creativo, que da igual dónde produzcas, etc.

En fin, todo esto coincide con el anuncio de la retirada de Valentino, al que estos días el Museo de las Artes Decorativas de París le dedica una retrospectiva. Valentino Garavani, nacido en un pueblecito al sur de Milán, fue un enamorado de París, donde estudió, hizo sus pinitos por los ateliers de Jean Dessès y Guy Laroche, y presentó sus colecciones de alta costura y, más tarde, de prêt-à-porter, en el mismo momento en que la moda italiana adquiría gran proyección internacional y Milán se erigía como nuevo epicentro mundial de la moda. París le debía a Valentino un gesto de agradecimiento.

Si tenemos que recordar a Valentino por algo será como exponente de la elegancia y la gracia atemporal. Él no fue, ni pretendió nunca serlo, un innovador. Su objetivo fue embellecer a la mujer, haciéndola sentir una reina etrusca, una princesa de cuento o una diosa romana, siempre eso sí, buscando el equilibrio entre la exuberancia, la sobriedad y la sencillez, y cediendo el protagonismo al tejido, a su fluidez o rigidez, su textura y su ligereza. Supo solucionar la ecuación de romanticismo, modernidad y clasicismo.

En los 60, con el boom de la moda italiana, aterrizó en Hollywood, donde vistió a las divas de la época: Elisabeth Taylor, Rita Hayworth o Audrey Hepburn. Su éxito en Estados Unidos llegó a la cúspide con Jaqueline Kennedy, a quien vistió de novia en su boda con Aristóteles Onasis y, a raíz de este vestido, desarrolló una colección sólo en blanco, que lo encumbró como símbolo del lujo moderno.

El adiós de Valentino (tras vender el grupo, con Hugo Boss en cartera, a la inversora británica Permira y dejarlo todo atado y bien atado para la jubilación) y su retrospectiva parisina ha coincidido con la muerte de Yves Saint Laurent hace un mes. Hacía tiempo que el diseñador francés estaba alejado de las pasarelas y, mucho tiempo más desde que dejara su línea de prêt-à-porter para dedicarse sólo a la alta costura, como buen nostálgico de una época que sabe que no volverá. Estos días el Museo del Traje de Madrid le dedica un pequeño homenaje en el vestíbulo para recordar quién fue y qué hizo.

También en el Museo del Traje (ahora que debe poner toda la carne en el asador porque le cierran las puertas por una cuestión más política que científica, pero esto es harina de otro costal) este verano puede verse una retrospectiva de Edward Steichen, quien durante 15 años, entre 1923 y 1937, fuera jefe de fotografía de la editorial Condé Nast y llevara a los más famosos modistos de la época a las portadas de Vogue y Vanity Fair, además de dedicarse a inmortalizar los rostros de Coco Chanel, Fred Astaire, Gary Cooper o Greta Garbo, entre muchos otros.

La exposición de Steichen invita a recuperar pedazos de una época, de un lujo y de unos símbolos irrepetibles, donde el glamour era el resultado de belleza, elegancia y carácter y no la suma de pedigree, morbo y drogas duras de las pititas chipirifláuticas hijasde que hoy pululan por ahí con cara de zombie con resaca. Sin duda, era otro estilo.

A otro fotógrafo que estos días se le dedica una retrospectiva es a Richard Avedon en el Jeu de Paume de París. Es la primera que se realiza de este artista estadounidense capaz de inmortalizar un vestido de Christian Dior entre dos elefantes y de hacerlo con una clase, profundidad y estilo imposible de narrar. También fue el único en mostrar la Marilyn Monroe más humana.

Su gran aportación a la fotografía de moda de las revistas, en este caso Vogue, fue brindarle naturalidad, no sólo dando movimiento a la modelo sino además ambientando su puesta en escena. De este modo, la ropa adquiría cuerpo y función y multiplicaba su significado, al mismo tiempo que la acercaba a la lectora con muchos más elementos para construir historias y relatos con los que motivar su imaginación. Precisamente Edward Steichen fue un referente de un joven Avedon que hojeaba las páginas de las revistas de moda que encontraba por su casa.

Otros que están de retrospectiva, aunque menos pretenciosa, son los Viktor & Rolf, quienes repasan sus 15 años de trayectoria en la galería Barbican de Londres. Este tándem holandés que forman Viktor Horsting y Rolf Snoren es actual y es joven y, además, está abriendo camino, entonces ¿por qué una retrospectiva? ¿Y por qué encajarlos en este artículo de rememberwhen? Porque en su discurso reivindicativo se esfuerzan en denunciar la vacuidad del negocio de la moda de hoy.

A Viktor & Rolf les molesta sobremanera observar cómo su trabajo es sometido a los vaivenes tormentosos de una industria voraz porque su punto de partida es ante todo artístico. Para ellos, la ropa no es sino un medio sobre el que expresar sus inquietudes, ven la moda como un arte que debe trascender a lo efímero. La suya es una relación de amor-odio con la industria y con todo el sistema que rige la moda, en especial con los medios de comunicación y su star system.

Uno de los puntos fuertes de esta exposición es una casa de muñecas, con pequeñas recreaciones de sus trajes. El montaje consiste en recrear aquellas casitas que se hacían por allá el siglo XIX y que casas como Chanel o Balenciaga utilizaron para promocionar la moda después de la Segunda Guerra Mundial. En el fondo de cada una de las habitaciones, una pantalla gigante proyecta el vídeo del desfile con las prendas originales. Una mirada poética y nostálgica, pero también una crítica hacia el mundo de la moda actual, del todo irreal.

Por último, un apunte nacional. Hace unos tres años, en Madrid y Barcelona pudo verse una retrospectiva de Pertegaz, a quien el vestido de novia de Letizia Ortiz le puso de nuevo en órbita. Él continúa hoy todavía vistiendo a sus señoras de la aristocracia y la alta burguesía, alejado del mundo terrenal y con pocas pretensiones en el negocio.

El año pasado, fue el turno de Roberto Verino, quien trata de impulsar un modelo de negocio que encaje diseño, industria y márketing, parecido al de las marcas italianas, pero salvando las distancias, claro. Y dentro de poco tendremos la de Elio Berhanyer. Toda una institución a descubrir.

1 comentario:

downbylaw dijo...

De acuerdo.

Ahora bien, será precisamente esa vacuidad y voracidad la que por pura sobre oferta (al final volvemos al principio básico de la economía, ende de cualquier mercado: el equilibrio ente oferta y demanda) llevará a la Moda (la mayúscula) a tomar otro camino.

Y ese camino será el del color tierra, el de lo artesano, el de lo artístico. El único camino que permitirá a la moda seguir teniendo un componente exclusivo y singular.

En fin, parafraseando viejas máximas ya olvidadas:
La Moda será artística o no será.

xxx

downbylaw