martes, 8 de abril de 2008

Pasarelas regionales y otros animales de compañía

Si el otro día ponía en entredicho el futuro del actual modelo de pasarela, cabe preguntarse qué ocurre con las de repercusión regional. Aunque parezca increíble, todo gobierno local o autonómico que se precie debe tener su pasarela de moda. Hay dos cuestiones clave en la política local española: organizar una buena fiesta mayor con orquesta, toros y fuegos artificiales, y tener una pasarela. ¿Por qué? Porque son los dos únicos momentos de la legislatura en que la prensa (local, se entiende) va a hablar en positivo del equipo de gobierno.

Dicen que su objetivo es la promoción de las empresas y del talento del lugar. Y en cierta manera lo consiguen, porque no hay otra cosa que emocione más a un periodista de un medio local que salir de su rutina de información municipal e ir a ver a cuatro chicas monas (en el mejor de los casos, modelos profesionales) en lo alto de una pasarela. Pero la repercusión no cruza las fronteras locales, ni si quiera trayendo a editores de revistas especializadas de tirada nacional convenciéndoles de presidir un jurado de cualquier premio que se saquen de la manga.

Son pasarelas que se celebran fuera del calendario comercial (del periodo en el que boutiques y otros distribuidores compran colecciones, que se alarga de enero y febrero para las de otoño-invierno y de julio a septiembre para las de primavera-verano). Muchas veces, sólo convocan una edición al año, sencillamente porque el tema no da para más. Es el caso de Gran Canaria, que su fuerte es el baño; o de Pasarela Abierta de Murcia, cuyo fin es lanzar diseñadores emergentes; o la de Moda Adlib de Ibiza, de rollo hippy.

Cuentan con presupuestos modestos y se financian con dinero público, que invierten en traer a alguna modelo habitual de Cibeles y en alguna que otra celebridad local que de algo de caché al asunto. Y si el pueblo-ciudad o comunidad en cuestión tiene diseñador célebre, se le convence para ser cabeza de cartel de un programa de marcas medias de prêt-à-porter y otros creadores locales. Hay quien incluso va más allá y organiza exposiciones, charlas y mesas redondas.

Y poca broma con el asunto. La última edición de la pasarela de Castilla y León, que se celebra desde hace unos años en Burgos, contó con más de cuarenta marcas y diseñadores, liderados por la estrella burgalesa Amaya Arzuaga y unos amigos que se trajo de Madrid: Ana Locking y Juanjo Oliva. Y qué decir de la de Valencia, que ha pasado de ser la Pasarela del Carmen a convertirse en toda una semana de la moda con un programa de tres días (aunque sin Francis, ya no es lo mismo).

El fin último, que no se engañe nadie, es más turístico que otra cosa. Si por el camino resulta que consiguen descubrir algún talento del lugar, pues bienvenido sea. Pero aquí el asunto es tener la pasarela más grande y con más glamour, por la que concejalas, empresarias y esposas desfilen con sus mejores galas. Del mismo modo que cada pueblo quiere presumir de mejor fiesta mayor, la pasarela tiene que ser bien lucida. Todo se viste con una selección de los mejores productos de la tierra, vino D.O., y fin de fiesta con orquesta/ dj y barra libre.

Todo es positivo y buen rollo: se potencia la imagen del lugar; si hay suerte, sale algún diseñador o marca local; aquellos que siempre se quejan que no tienen dónde desfilar, ya tienen su sitio en el mundo; se luce el equipo de gobierno; los periodistas están contentos... ¿qué más se puede pedir? Los problemas surgen cuando vienen elecciones y hay cambios en cabildos, juntas, generalitats y demás. Entonces hay nuevos proyectos, nuevos amigos y conocidos...

El caso es que todo esto está muy bien, pero son proyectos poco ambiciosos con resultados bastante discretos y financiados desde las arcas públicas. En Francia, por ejemplo, se organiza de aquí unos días uno de los acontecimientos de moda con más repercusión internacional fuera de temporada: es el festival de moda y fotografía de Hyères, un concurso para jóvenes talentos en el que en su día fueron descubiertos Viktor & Rolf, Sébastien Meunier, Gaspard Yurkievich o Wendy & Jim, entre otros. Van por la edición número 23.

Así que a finales de abril, coincidirán en esta localidad de la Riviera francesa diseñadores, estilistas, agentes, galeristas y todo aquel que esté involucrado o interesado en este negociete. En un ambiente relajado, fuera del estrés diario, de la urbe, la contaminación, las citas, los taxis y el teléfono, se genera un clima único para hacer contactos y conocer a aquel, al otro y al de más allá. Es turismo, es ocio, es moda, es experimentación... y !business¡. Podríamos ir tomando nota.

miércoles, 2 de abril de 2008

Los sucesores

Son varios los periodistas y expertos que comparan a los diseñadores de moda de hoy como los príncipes de antaño. Trazan un paralelismos entre la aristocracia francesa del siglo XVIII y esta corte que pulula por la industria del lujo y la moda y que abarca desde el máximo directivo hasta la más discreta de las dependientas. En estos reinos y principados, la figura central es el diseñador. Sin él, estos castillos de arena y humo quedan en nada, se esfuman.

Es lógico, ¿cómo va a atreverse nadie a pisar, reinterpretar o reinventar, el aura de los grandes createurs, cuyas vidas hemos acabado mitificando y adorando? Okei, aceptamos a Karl Lagarfeld para seguir la estela de Coco Gabrielle Chanel, a John Galliano para la Christian Dior y a Nicolas Ghesquière para la de Cristóbal Balenciga. Casi hemos asumido a Stefano Pilati tras Yves Saint Laurent y a Alber Elbaz para Jean Lanvin. Pero, ¿qué ocurre con todos los demás?

Una de las casas que hoy tiene problemas para encontrar sucesor al trono es Gianfranco Ferré. El diseñador italiano fallecía en junio y justo finalizar el verano ya tenían hombre de repuesto: el sueco Lars Nielsson, quien ya había hecho sus pinitos por los ateliers de Ralph Lauren, Bill Blass, Christian Lacroix o John Galliano. Abandonó entonces su puesto al frente de Nina Ricci, donde esta temporada debutó Olivier Theyskens, quien se acababa de quedar sin trabajo tras echar el cierre la casa Rochas, a la que consiguió sacar del ostracismo.

Pero a Nielsson las cosas no le fueron muy bien por Milán. Debió de ser difícil para un sueco, llegado así de repente, casi desconocido, ponerse al frente de un equipo que en su día trabajó para Ferré (¡para el maestro!), que aprendió de él y que lo sabía todo de él. Duró menos de una temporada. Presentó su colección en febrero y se marchó por la puerta de atrás.

Ahora, la casa italiana anuncia el fichaje de los diseñadores de 6267, una marca que bien podría pasar por el número pin del móvil o el número secreto de la tarjeta de crédito. En fin, detrás de estos cuatro dígitos están Tommaso Aquilano y Roberto Rimondi, a los que se considera ya los exponentes de la nueva generación de diseñadores italianos. Les deseamos mejor suerte que a su colega sueco, aunque este dueto juega con doble ventaja. Por un lado, son italianos (príncipe sueco en corte italiana era difícil de encajar); y por otro lado, vienen avalados por tres temporadas en la semana de la moda de Milán con éxito de crítica (su aura empieza a entreverse y esto da autoridad). Veremos el estreno en septiembre.

Su fichaje para Gianfranco Ferré repercute en otra casa, la de Malo, para la que hasta ahora trabajaban y que no ha tardado ni un día en anunciar sustituto. Será Antonio dell´Aqua.

El problema de Ferré no es único. Éste ha sido un año movidito para la real corte del lujo y la costura. Valentino anunció su despedida y precisaba de sucesores. Se nombró a Alessandra Facchinetti, quien además ya contaba con cierta experiencia en líneas sucesorias al suplantar a Tom Ford en Gucci.

Loewe, nuestra única marca de lujo en la moda, que desde hace años se encuentra en plena búsqueda de sí misma, también cambiaba de diseñador: al español Jose Enrique Oña Selfa por el británico Stuart Vevers, que por entonces estaba en Mulberry. Apenas un año bastó a la dirección de la histórica casa española, hoy propiedad del grupo LVMH, para percatarse que necesitaban otro enfoque creativo. Vevers se estrenó esta última semana de la moda de París con una minicolección, es decir, con las cuatro piezas que tuvo tiempo de pensar y confeccionar. Eso sí, en ellas ya se percibió cierto aire refrescante de modernidad, que a Loewe ya le convenía.

Más cambios. En Salvatore Ferragamo se estrenaba también este febrero la española Cristina Ortiz, en substitución de Graeme Black, un diseñador escocés con larga trayectoria por marcas y ateliers. Ortiz, con experiencia en Max Mara, Prada, Brioni y Lanvin, aterrizaba en la casa florentina (que por cierto, acaba de celebrar su 80 aniversario en Shanghai), con el reto de aupar de una vez por todas su colección de prêt-à-porter.

Hubo también el nombre de una española que subió a los titulares de la prensa. La joven Estrella Archs, quien también tuvo su debut puntual por la pasarela de París en septiembre del año pasado, veía sus ilusiones truncadas, antes incluso de tomar asiento, en Cacharel, cuya dirección artística acababa de abandonar Clements Ribeiro (Suzanne Clements + Ignacio Ribeiro). Su paso por la casa fue más fugaz que el de Nielsson por Ferré. La casa francesa había anunciado ya su nombre, pero a última hora se decantó por otro dueto, en este caso el de Eley Kishimoto, formado por Mark Eley y Wakako Kishimoto.

Uf! Parece difícil encontrar joven sucesor, preparado y con capacidad, pero no lo suficientemente conocido y alabado, no fuese a hacer sombra al genio fundador. En todo caso, que su creatividad emane y alcance las más altas cotas desde dentro, con la humildad de rendir tributo colección tras colección al rey muerto. Por muy vanguardista, rompedora, rebelde y transgresora que nos parezca la moda, sus buques insignia, las grandes marcas, los top of the tops, son de lo más conservador que hay. Tanto como lo era la aristocracia del siglo XVIII.